¿Puede la muerte enseñarnos a vivir?
Mi respuesta es un contundente sí. Porque al mirar de frente la muerte, descubrimos una verdad que transforma nuestra manera de estar vivos: lo esencial nunca se pierde. Quienes nos acercamos a conocer más sobre ella, ya sea por curiosidad o por la exigencia de nuestro trabajo, llegamos indefectiblemente a la conclusión de tener más conexión con la vida.
Dora Consuelo Rozo C.
7/23/20251 min read


¿Por qué sucede esto?
Una explicación sencilla es que el temor que naturalmente surge ante lo desconocido se disuelve cuando tenemos información clara sobre las etapas del proceso. Esa claridad abre posibilidades de acción y, con ellas, aparece la serenidad.
Pero más allá de lo práctico, hay algo más profundo. El contacto constante con dolientes y pacientes nos muestra que la vida, aunque ya no habite el cuerpo, permanece en el amor de la familia, en los recuerdos, en todo lo vivido. Amigos, familiares y conocidos siguen trayendo a esa persona al presente una y otra vez.
Y, en ocasiones, sucede incluso a la inversa: he escuchado testimonios de quienes aseguran que sus seres queridos fallecidos se hacen presentes para entregar un mensaje. Y para quien lo recibe, no queda duda de quién vino a entregarlo.
Todo esto nos recuerda que la muerte no es un final absoluto, sino una transformación de la relación. No se trata de negar el dolor de la ausencia, sino de reconocer que el vínculo esencial —el amor— permanece, se transforma y, muchas veces, se manifiesta de formas inesperadas.
En el fondo, la muerte nos enseña lo más importante sobre la vida: que lo que somos capaces de dar en amor y en presencia es lo único que verdaderamente trasciende.
Dora Consuelo Rozo C.
Agosto 23 de 2025